Inicio y fin de la revolución
, 2017.


Obra realizada ex profeso para la muestra colectiva Revolución que tuvo lugar en el espacio autogestionado ABM Confecciones del 24 de noviembre al 5 de diciembre de 2017.

Texto expositivo de la muestra.

«Hace ya algún tiempo que el concepto de revolución, después de dos siglos en los que había ocupado un espacio de centralidad en el discurso y en la experiencia político y social, parecía desgastado, propio de un tiempo pasado y sin posibilidad de recorrido futuro. Su aparente agotamiento, en la era del cinismo difuso, estaba asociado a la soberbia proclamación del triunfo definitivo del modelo capitalista neoliberal el cual, a través de uno de sus ideólogos más destacados: Francis Fukuyama, decretaba el fin de la historia. En definitiva, el advenimiento definitivo del reino de la libertad, esto es la autorealización de la historia en términos neohegelianos. El malestar social, sin embargo, no parecía confirmar estas tesis. A lo largo de un mundo sometido, cada vez más y gracias a la expansión tecnológica, al imperio del capital transnacional, en una versión concreta de la globalización, se fueron sintiendo las consecuencias catastróficas de un sistema desregularizado y privatizador.

En dicho contexto, emergían diversas respuestas que se resistían a este celebrado fenómeno, desde la aparición en la escena política del populismo, en el mejor sentido de esta noción, latinoamericano hasta los movimientos sociales antiglobalización pasando por una constelación de luchas, algunas ya históricas, como la del feminismo enfrentado al modelo capitalista de opresión heteropratriarcal a la que, de modo más reciente, se incorporaría la del movimiento LGTBI+ o las del activismo ecologista o migrante. A pesar de estas respuestas la atmósfera social predominante, al menos en el contexto occidental, parecía estar dominada por una desesperanza donde las posibilidades de transformación se habían desvanecido en el pasado. De este modo, los únicos cambios que podían concebirse eran los que el propio sistema dominante ofrecía en términos de expansión del capital y desarrollo de la tecnociencia. De entre aquellos que sentían esta opción única como una forma de opresión, no pocos percibían como única salida a esta situación, la sustitución del anhelo revolucionario por el deseo del advenimiento de la catástrofe definitiva. Esto es, la revolución se tornó en apocalipsis.

En todo caso, la colonización del imaginario global por parte del sistema dominante como ideología única ha tenido como consecuencia la imposibilidad de imaginar un mundo otro y, ante el descontento social con esta propuesta, el recurso a la idea de fin de los días como vía de escape a estas condiciones vitales. Es en este sentido en el que Fredric Jameson se manifestaba a mediados de los noventa del siglo pasado: “Parece que hoy en día nos resulta más fácil imaginar el total deterioro de la tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo; puede que esto se deba a alguna debilidad de nuestra imaginación.”

Como se expresaba al inicio, con el cambio de milenio parecía que ya estaba todo hecho. El modelo demoliberal se consolidaba y las vías alternativas habían quedado ocluidas en virtud de un desfondamiento de los relatos de transformación propios de la modernidad. Desde unos años antes, sin embargo, venía larvándose una rebelión que tendría paradójicamente como sujeto revolucionario a la clase dominante. La rebelión de las élites, como la denominó Christopher Lasch, define un fenómeno donde las clases privilegiadas, del entorno económico y político, deciden liberarse de los vínculos que los unen al resto de la sociedad y dar por finalizado unilateralmente el contrato social. Establecen así un mundo aislado presidido por una pulsión de acumulación total, material y de poder, y la falta de una genuina empatía con el resto de la sociedad, no estando dispuestos a una distribución, ni siquiera mínima, de la riqueza salvo que ésta suponga un incremento de su poder sobre esas poblaciones. Esto supone, según Lasch, una fragmentación de los estados y una traición a la democracia.

El punto álgido de esta revolución desde arriba, y desde luego más visible para la población en general, será la crisis financiera que estalló hacía 2007 y que bajo esa forma ocultaba un cambio de paradigma, cuyos orígenes se situaban décadas atrás, que han provocado un escenario de devastación social. En esta situación se ha revitalizado en el imaginario social la idea de revolución cuyas expresiones más visibles, al menos mediáticamente, lo han constituido, entre otros, fenómenos como las primaveras árabes, el 15 M en el Estado español o el Occupy Wall Street neoyorquino. Ante esa aparente recuperación social de lo político y la situación actual de los contextos donde acontecieron ―el fracaso de la vía árabe y la elección de Mariano Rajoy y Donald Trump como presidentes― cabe preguntarse por la efectividad “real” de esos movimientos.

El objeto de la propuesta que se presenta es analizar cómo la producción artística se ha tratado con las diferentes manifestaciones de la revolución, puedan ser consideradas éstas más o menos genuinas, y qué posturas pueden adoptarse desde este territorio en un momento de emergencia de la noción revolucionaria.»